¿Quién cerró el cierre?
Los empleados federales dejaron ver un destello de su poder con sick-outs y otras acciones espontáneas. ¿Qué necesitan los sindicatos para intensificar la lucha?
AL FINAL, el muro de Trump terminó en una cueva.
Tomó que los trabajadores federales comenzaran a bloquear el tráfico aéreo en los principales aeropuertos del país para que Trump y los republicanos, sin admitirlo por supuesto, retrocedieran y permitieran la reapertura del gobierno federal.
Trump tuvo que comerse sus palabras, que mantendría el gobierno cerrado hasta obtener los US$ 5.7 mil millones en fondos para un muro fronterizo que pocos quieren. Por 35 días, y a un costo estimado de US$ 11 mil millones, según la Oficina de Presupuesto del Congreso, él mantuvo el gobierno cerrado, por el período más largo en la historia del país, mientras que el establecimiento republicano se mantuvo callado, o abiertamente animándolo.
Durante ese tiempo, 800.000 empleados federales no recibieron pago, forzando a muchos de ellos a buscar ayuda en bancos de alimentos y otras agencias de ayuda de emergencia. Millones más se vieron afectados por el cierre de servicios federales, incluyendo pacientes con cáncer, pueblos nativos con servicios tribales federalmente administrados y residentes de viviendas públicas.
Es muy revelador de la administración Trump que el Secretario de Comercio Wilbur Ross, cuyo valor neto es US$ 700 millones y que merodea en pantuflas aterciopeladas de US$ 600, no tuvo tapujos para decir a los medios no “podía entender por qué” muchos empleados federales se veían obligados a visitar los bancos de alimentos si no más “podían obtener un préstamo”.
Ross sólo fue superado por Trump, quien mostró que no tiene idea cómo trabaja un supermercado cuando sugirió que las tiendas podrían “trabajar junto” a los empleados federales, dándoles comida gratis.
Fue justicia poética que la tambaleante resolución de la administración Trump fue quebrada por los controladores aéreos, que hace casi 40 años vieron su sindicato roto por un presidente republicano. El sick-out de los controladores paró el tráfico aéreo en los aeropuertos de la ciudad de Nueva York, causando un bien publicitado caos.
Sin mencionar a los otros trabajadores federales que crecientemente tomaron sus “días de enfermedad” poniendo en desarreglo las tareas de varias agencias federales, en las que millones de personas dependen.
Sin embargo, así como Trump toma una pausa de tres semanas, no queda claro si intentará otro cierre cuando el financiamiento temporal se acabe a mediados de febrero.
La especulación de los medios es que su administración utilizará este tiempo para preparar una orden de emergencia para construir su muro fronterizo, aunque los expertos dicen que eso sería ilegal.
UN GRUPO en Washington que no se merece el crédito por poner presión sobre Trump es el Partido Democrático, y su nueva mayoría en la Cámara de Representantes.
Esta vez, los demócratas no fueron los primeros en rendirse, a diferencia de su capitulación en enero 2018, sólo tres días después de haberse comprometido a luchar hasta el final por los jóvenes indocumentados.
Por seguro, si ofrecieron numerosas concesiones antiinmigrantes que habrían dado a los republicanos mucho de lo que quieren, incluyendo US$ 5.7 mil millones en fondos para un sollamado “muro inteligente”, más seguridad fronteriza, además de más agentes de la Patrulla Fronteriza y jueces de inmigración. Fue sólo el fanatismo de Trump que descarriló este aumento a los controles de inmigración y la subsecuente represión antiinmigrante.
Como Socialist Worker ha argumentado en el pasado, no es sólo que los demócratas sean dóciles cuando se trata de enfrentarse a los republicanos:
La estrategia demócrata es el resultado lógico de un partido que dice apoyar a los inmigrantes para satisfacer a su base más liberal cuando las elecciones vienen, pero que en la práctica apoya un estatus quo en el que la implementación de la justicia es una amenaza social y política.
No es una coincidencia que las prioridades migratorias del Partido Democrático reflejan aquellas de las corporaciones estadounidenses: apoyo para un sistema que permite una inmigración que complemente las necesidades laborales del país en varios niveles, pero que disciplina esa fuerza laboral manteniéndola en un estatus de segunda clase.
La ventana de tres semanas para reabrir el gobierno cerrará pronto, y los empleados federales, aún inciertos de recibir sus cheques, serán expuestos a otra ronda de feriados y trabajo sin paga.
¿Quién puede derrotar el impasse antes de que se inicie?
No podemos creer que los demócratas sean capaces de parar otro cierre federal de ninguna otra manera que no sea capitulando, pero eso ahora parece poco probable dado el actual equilibrio de fuerzas.
Pero lo que los Demócratas no harán es tomar acción para forzar la mano de los republicanos, si no del Trump mismo. La idea de la Portavoz de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi fue encontrar al Partido Republicano a medio camino en seguridad fronteriza y negarse a permitir que Trump diera su discurso el Estado de la Unión.
Muchos sindicatos y grupos liberales alineados con el Partido Democrático guardaron silencio durante el último cierre federal o aplaudieron la voluntad demócrata de financiar medidas de represión antiinmigrante, mientras no hubiese construcción de una muralla.
Una unitaria muestra de apoyo del conjunto del movimiento laboral para con los trabajadores federales hubiera hecho una enorme diferencia. Pero los sindicatos principalmente se concentraron en proporcionar a los miembros afectados con ayuda y consejo para sobrevivir sin un cheque; importante, pero no es exactamente una postura militante.
A PESAR de tener prohibido irse a la huelga, o incluso de acertar el derecho a la huelga, algunos trabajadores federales actuaron, aunque en modo desorganizado. Al final del cierre, uno de cada diez inspectores de la Administración de Seguridad de Transporte se había declarado “enfermo”. Un comunicado de los sindicatos que representan a los controladores de tráfico aéreo, asistentes de vuelo y pilotos declaró que no había manera de “calcular el nivel de riesgo en juego” como resultado del cierre.
Un artículo de The Guardian, escrito por un trabajador federal anónimo, describió el sentimiento de lucha y solidaridad mostrado en eventos comunitarios que dieron cena y abarrotes gratuitos a los trabajadores federales y sus familias:
Pueda que actos como estos, aunque pequeños y alentadores, no sean suficientes para forzar el término del cierre, pero si muestran un hambre por el tipo de solidaridad que finalmente pueda poner la balanza a nuestro favor. El movimiento sindical puede apoyar esos esfuerzos donde aparezcan o ayudar a su propagación en donde la fuerza laboral federal se concentra.
Mientras el cierre se prolongaba, la frustración con Washington y los llamados para una acción laboral conjunta se comenzaron a apilar. La presidenta de la Asociación de Auxiliares de Vuelo Sara Nelson sugirió una huelga general e instó a las ocupaciones de las oficinas de los legisladores:
Hable con la fiera urgencia del ahora con sus sindicatos locales e internacionales sobre cómo todos los trabajadores pueden unirse para poner fin a este cierre con una huelga general. Podemos hacer esto. Juntos. Sí se puede. Cada género, raza, cultura y credo. El movimiento obrero estadounidense. Tenemos el poder.
Mientras tanto, el historiador Joseph McCartin, escribiendo en el Washington Post, destacó la importancia de los sick-outs de los controladores aéreos para romper el estancamiento en Washington:
El rol de los controladores aéreos en estos eventos me recuerda de un chiste atribuido a Mark Twain: La historia no se repite, pero ocasionalmente rima. Los controladores de tráfico aéreo cambiaron el curso de la historia una vez antes. La huelga ilegal de la Organización de Controladores de Tráfico Aéreo Profesionales (PATCO por sus siglas en inglés) en 1981 llevó al presidente Ronald Reagan a despedir y reemplazar a más de 11.000 controladores, inaugurando una era de disminuido poder de negociación colectiva.
A su tiempo, podríamos llegar a ver las acciones de los controladores, el pasado viernes, un reposalibros histórico señalando el fin de esa era. También muestra que la acción laboral aun tiene poder, al menos cuando la opinión pública está de su lado.
¿Podría este evento marcar un giro como la huelga de 1981 lo hizo? Posiblemente, porque la huelga de PATCO no se produjo en el vacío. La huelga PATCO ocurrió justo cuando las políticas conservadoras y el neoliberalismo económico ascendían al poder; la magnitud de su daño fue reforzada por aquella dinámica mayor.
Las acciones laborales que ayudaron a poner alto a este cierre vienen en un tiempo totalmente diferente, cuando la izquierda, en vez de la derecha, está ganando energía, cuando la desregulación económica y la privatización pierden su lustre, en medio de una creciente inquietud de la población por el crecimiento de la inequidad y el debilitado poder laboral de la negociación colectiva, y justo detrás de una exitosa huelga de los maestros de Los Ángeles y las movilizaciones docentes “#RedforEd” de 2018.
Un grupo pequeño de estratégicamente localizados trabajadores ayudó a poner fin de un ampliamente detestado cierre federal. Ellos rechazaron jugar el papel de víctima y en su lugar se hicieron cargo de su propia liberación. Al hacerlo, ellos pueden haber puesto la nación en un nuevo vector político.
Necesita ser subrayado, como sea, que el potencial de los trabajadores para hacer una marca en la política nacional debe ser movilizado sistemáticamente, y que esto requerirá quebrar el conservantismo del liderazgo sindical, que ha bajado sus expectativas y mermado la iniciativa de la base sindical.
Nuestro lado necesita urgentemente organizarse para resistir. La energía de las decenas de miles, y en algunos casos, cientos de miles, que marcharon en las Marchas de la Mujer en enero puede ser conectada a una lucha más amplia.
Necesitaremos eso y más en los meses por venir. Trump puede haber perdido esta ronda, y las esposas de la investigación de colusión con Rusia parecen haberse ajustado un poco más, tras el arresto de su prominente consejero Roger Stone. Pero él aún es el presidente, con un inmenso poder para causar daño.
No hay tiempo que desperdiciar en construir las luchas que puedan plantear una alternativa real a las reaccionarias prioridades de los republicanos y la cobardía y las concesiones de los demócratas.
Traducido por Orlando Sepúlveda